Que no se cierre el telón!

El teatro es tan antiguo como la humanidad. Desde la pantomima de la caza en los pueblos primitivos hasta las mil y una formas del teatro en la actualidad. Lo utilizan los niños en sus juegos infantiles y lo utilizamos los “adultos”, hasta que morimos, para expresarnos, para comunicarnos. Forma parte de nosotros. Sin darnos cuenta lo necesitamos. Sin él seríamos poco más que simples “piedras calientes con instintos primarios”, la mayoría de ellos reprimidos por una auto-imposición absurda de ser quien y como se supone que eres. Tal vez tú tengas muy claro quién y cómo eres. Si es así... ¡enhorabuena! ¡Te has encontrado a ti mismo! Cierra los ojos y sigue caminando, aceptando la dictadura de tu genética y las enseñanzas de una educación injusta y manipulada... Yo, por mi parte, me voy a poner las gafas de aumento y os voy a buscar a todos y a cada uno de vosotros... a ver si tenemos la suerte de tropezar y perdernos.

La imaginación, la creatividad, son elementos inherentes al ser humano que, a menudo, apagamos con el paso del tiempo. Todos buscamos la felicidad. Pero resulta complicado hallarla si reprimimos, si apagamos, algunas de nuestras cualidades más propias. El arte es una de ellas. Todos somos, en el fondo, o no tan en el fondo, artistas. El público que va a ver una representación se transporta a otros lugares, conoce a distinta gente que tal vez exista, o tal vez no, a su alrededor, le plantean otros puntos de vista sobre determinados temas o reafirma los suyos, ríe, llora, se emociona, comprende o se plantea dudas: vive. Al ir al teatro, ha dado un paso para seguir caminando y no quedarse impasible ante el mundo que le va llegando. Ir al teatro no es sólo ocio, tampoco es sólo cultura... es Vida en sí. Algunos tienen la suerte de viajar, de conocer gentes, costumbres, experiencias, sentimientos, etc. que le aportan nuevas perspectivas, que le dibujan horizontes, que le hacen crecer, estar más completo por dentro y por fuera. Otros no pueden, o no quieren, o no se atreven a acceder a todo eso y van al teatro (los que lo hacen). Y es que el teatro, en cierto modo, es viajar. Por eso me he hecho intérprete: para viajar. Para meterme en otros mundos y otras gentes (con las que a veces lo tienes todo y a veces nada en común). Para seguir caminando, crecer y experimentar ciertas emociones que tal vez jamás podría llegar a sentir, ni siquiera comprender, si mi vida se ciñese única y exclusivamente a levantarme por la mañana temprano, salir escopetada a una oficina amarga, impersonal, volver cansada a la noche, echar un polvo frío con una pareja de ésas que son “para toda la vida”, pero cuya vida no sale de la monotonía mecánica, inconsciente, arrastrada por la marea de las tradiciones, a menudo absurdas.

Cuando no conoces más que tus pies y tu sudor, no sientes ninguna necesidad de buscar más allá. Pero si has llegado a conocer algo más, por mínimo que sea, y no quieres dejarte vencer por la hipocresía y el individualismo, inteligentemente instaurado por quienes manejan los hilos de este circo al que llamamos sociedad, tienes, por fuerza, que sentir la necesidad de seguir conociendo más y más, hasta el día en que te mueras. Porque tal vez, cuando te mueras mires atrás y pienses: “¿para qué he vivido?” y porque cuando tú mueras aún seguirán aquí tus hijos, o tus hermanos, o tus amantes... personas a las que se supone aprecias y quieres que sean felices. Yo también seguiré aquí, tal vez. Y no tengo la culpa de que un “consciente-inconsciente” frene mi felicidad.

Por eso me dedico al teatro. No es ni un mero entretenimiento, ni un estúpido intento de ser “diferente”, ni una banal búsqueda de autoestima a través del aplauso y reconocimiento del público. Sí es una búsqueda, pero de la felicidad compartida a través del conocimiento y la comunicación. 

Cada vez que me subo a un escenario o cada vez que voy a ver una obra o un espectáculo, se genera una red mágica tal, que me resulta imposible salir de allí siendo exactamente la misma que entró. Y miro a los ojos de la gente que me rodea y veo en ellos una chispa de vida que me lo dice todo. Y entonces pienso que la vida es un Teatro sin fin, que requiere un esfuerzo mayor del que algunos estamos acostumbrados y que, sin ese esfuerzo, el mundo se pararía y comenzaría la cuenta atrás para la explosión final. Por eso pienso, me levanto, doy dos pasos y grito:¡Arriba el telón! ¡El espectáculo debe continuar!

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 Son estos tiempos de memoria. De recuperar el olor de la tierra mojada al alba, de abrir los ojos al horizonte para contemplar la hechura del mundo. Es la hora de la cosecha y de abonar luego la tierra, para que la Pachamama nos regale con mejores frutos. Es tiempo de volver los ojos, de descubrir en cada pisada la humanidad que anda el mismo camino. Somos también de tierra, de maíz y de estrellas, de sol luminoso y de lluvia fresca, somos lo que hoy hagamos germinar en la tierra. Por eso canto a la Pachamama, Madre primera, madre del Mundo, Madre entre las Madres. Tierra y grito, grito y risa, risa y sueño, sueño y futuro.

“Para que la Madre Tierra no muera volvamos a danzar alrededor del Sol y de la Luna la danza del cóndor, la serpiente, el venado…dejemos que nuestros corazones se desborden en cataclismos y engendremos el vacío con nuestras palabras. Dialoguemos en círculo, en el día y en media luna, en la noche”, implora el poeta Ariruma Kowii de la Nación Quechua (Ecuador).